viernes, 12 de febrero de 2010

LISA GERRARD Sanvean

Aquel hombre se pegó el susto de su vida cuando enredado en sus redes, surgió del océanno el montón de huesos que era ella. Cualquiera sabe que pescar un cadaver trae mala suerte. Muy nervioso intentó desenredar el esqueleto, parte por parte. Cuanto más lo intentaba, peor era el enriedo, hasta que preso de un ataque de pánico abandonó las redes y corrió a refugiarse en su iglú. Ella lo siguió a su casa. Se acostó a su lado, mientras él dormía profundamente. Le arrancó el corazón. Lo cosió con su dulzura. Colocó el corazón de él, en el centro de su propio pecho, y enseguida comenzaron a formarse los órganos y tejidos. Al despertarse al otro día, el hombre descubrió yaciendo a su lado, a la compañera que siempre soñó.

Así vamos, como en esta leyenda inuit, del susto al encantamiento, y del hechizo a la desilusión. Trabajamos, no dejamos de buscar, enfrentamos, y así estando, ojo a ojo encontrándonos desde el alma, experimentamos de esta vida, tras el terror y el asco, lo más íntimo, lo más bello, lo más real.

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