miércoles, 3 de marzo de 2010

La ausencia de Pedro en Pedro

Pedro no está.  No hay GPS en la Tierra que me ayude a encontrarme con él. Ni bien me lo cruzo por la calle, de una rápida ojeada me doy cuenta que no está.  Ni con una charla amable, ni con un sopapo consigo conjurar su espíritu. Cualquier intento de diálogar con Pedro, se siente como conversar con un mueble, viejo y querido, que sabemos que no va a contestar. Todos dicen que Pedro no existe, hasta Pedro mismo.  Todos dicen, el propio Pedro apoya, que algún día me daré cuenta que Pedro no está.  Que  no lo busque más, porque nunca estuvo.  ¡Pero Pedro existe! ¡Y yo lo conozco! Tiene nombre, dirección, nº de teléfono y celular, y un cuerpo.

En esto de ser psicóloga una se suele encuentrar con gente pegoteada a sus sentimientos: gente que siente intensamente, tristeza, ira, soberbia, falta, hasta el delirio; gente que siente desmedidamente y son esas entidades anímicas las que los llevan al consultorio.
Pedro ha ido a algún consultorio, a curiosear.  Porque hasta al propio Pedro le resulta llamativa su  ausencia.  ¿Como puede ser? Hasta el más chato y choto de los mortales posee una subjetividad.

Aquí Pedro ilustra su ausencia: enfrentado al miedo de ser,  con piernas débiles y pequeñas para tanta armazón, sobre un suelo resbaladizo de agua-madre, flanqueado por el azul profundo de la ausencia y la nostalgia primera. Aquí está su fantasma, su sombra histérica, su mitad maldita.
Pedro nunca aparta la mirada, porque sabe que es imposible leer algo en ella. Pedro es distante y rígido, si es que está.  Pero lo he visto también tan pequeño y frágil, que tengo que apoyar la tesis de su ausencia.. A Pedro le creció el cuerpo y se le encogió el alma, hasta que en el descuido de una tarde de infancia, tomando café con leche junto a la ventana, una brisa se lo llevó hasta nuncajamás.