domingo, 6 de abril de 2008

THERE WILL BE BLOOD


Hay tres tules-niveles simbólicos, cada uno extraordinario: la fotografía, la banda sonora, y el texto. La película se desarrolla en los pliegues de estas tres capas, en el transcurso del tiempo. Imagen, música y literatura dibujando una existencia dedicada a un único emprendimiento, que necesita para concretarse, alianzas y enfrentamientos con el único otro poder capaz de hacerle frente: la religión.
I like to think of myself as an oil man, repite el tozudo y sencillo Plainview, cuyo nombre ya nos pone en la pista de su visión de la vida y su deseo. Y la música complejiza y juega con el miedo y la expectativa, creando profundidad. Y la fotografía ascética, desnuda, tan prescindente de ornamentación como Daniel Plainview y su óptica llana y unidireccional de la vida. Y los estratos sociales, y los estratos del alma, y los caminos... esta película es una obra de arte. Pura potencia de resonancia. Un sutil entramado de simbolos pocas veces visto en el cine norteamericano.

Abandoné la sala admirando profundamente a ese austero e intuitivo Daniel capaz de vencer al león que le aceche en la consecución de su único fin en el mundo: hallar petróleo. No porque lo seduzca el dinero y el poder... sólo porque ha sido bautizado en el petróleo, y es su única fe, su único deseo, su única felicidad. Ojalá tuviera yo, y tuviéramos varios uruguayos esa capacidad de trabajar por un fin único y obsesionado. Como dice Sergio... el paisaje urbano sería muy distinto. Habrían cadaveres esparcidos por las veredas. Pero vaya si crecería el PBI. Y hasta los diarios venderían más. Jajaja
Elías y su forma de hacer producir su delirio místico, su necesidad de hacer alianzas con el otro poder, el destino de los vástagos del flirteo entre los dos poderes que dominan este mundo, un mestizaje fatal: la riqueza negra que fluye bajo nuestros pies, la riqueza blanca que en forma de promesa de felicidad perfecta se ubica sobre las nubes. Los cuerpos que le dan materialidad a esas dos grandes esperanzas humanas, Daniel y Elías, y los soldaditos partidos y confusos que cual hormigas trabajan y perecen por esas causas, que se combinan en cada cabeza con multitud de dudas, miedos, deseos, hambres.

Daniel no ama. No tiene mujer, ni amigos, ni familia, no lo seduce el lujo ni la comodidad. Hacia el final de la película, ese Daniel multimillonario sigue durmiendo en el piso de su lujosa casa, que sólo es una carnada para inversores potenciales y de ninguna forma una autoindulgencia.

Ya quisiera yo tener una sola pasión, y ninguna pregunta.