martes, 4 de diciembre de 2007

CONCIENCIA. ITALO CALVINO

Extraído del libro La gran bonanza de las Antillas. Ed. Tusquets.

Se declaró la guerra y un tal Luigi preguntó si podía alistarse como voluntario.

Todos le hicieron un montón de cumplidos. Luigi fue al lugar donde entregaban los fusiles, cogió uno y dijo:

-Ahora voy a matar a un tal Alberto.

Le preguntaron quien era ese Alberto.

-Un enemigo- respondió-, un enemigo mío.

Los otros le dieron a entender que debía matar a cierto tipo de enemigos, no los que a él le gustaban.

-¿Y qué? –dijo Luigi-. ¿Me tomáis por ignorante? El tal Alberto es justamente de ese tipo, de ese pueblo. Cuando supe que le hacíais la guerra, pensé: “Yo también voy, así puedo matar a Alberto”. Por eso he venido. A Alberto yo lo conozco: es un sinvergüenza y por unos céntimos me hizo quedar mal con una mujer. Son viejas historias. Si no me creéis, os lo cuento todo con detalle.

Los otros dijeron que sí, que de acuerdo.

-Entonces-dijo Luigi- explicadme donde está Alberto, así voy y peleo.

Los otros dijeron que no lo sabían.

-No importa-dijo Luigi-. Haré que me lo expliquen. Tarde o temprano terminaré por encontrarlo.

Los otros le dijeron que no se podía, que él tenía que hacer la guerra donde lo pusieran y matar a quien fuese, Alberto o no Alberto, ellos no sabían nada.

-Ya veis- insistía Luigi-, tendré que contároslo. Porque aquél es realmente un sinvergüenza y hacéis bien en declararle la guerra.

Pero los otros no querían saber nada.

Luigi no conseguía dar sus razones:

-Disculpad, a vosotros que mate a un enemigo o mate a otro os da igual. A mí en cambio matar a alguien que tal vez no tenga nada que ver con Alberto, no me gusta.

Los otros perdieron la paciencia. Alguien le dio muchas razones, y le explicó cómo era la guerra y que uno no podía ir a buscar al enemigo que quería.

Luigi se encogió de hombros.

-Si es así- dijo-, yo no voy.

-¡Irás ahora mismo!-le gritaron-. ¡Adelante, marchen, un-dos, un-dos! – Y lo mandaron a hacer la guerra.

Luigi no estaba contento. Mataba enemigos, así, por ver si llegaba a matar también a Alberto o a alguno de sus parientes. Le daban una medalla por cada enemigo que mataba, pero él no estaba contento. “Si no mato a Alberto”, pensaba, “habré matado a mucha gente para nada.” Y le remordía la conciencia.

Entre tanto le daban una medalla tras otra, de toda clase de metales.

Luigi pensaba: “Mata que te mata, los enemigos irán disminuyendo y le llegará el turno a aquel sinvergüenza”.

Pero los enemigos se rindieron antes de que hubiese encontrado a Alberto. Tuvo remordimientos por haber matado a tanta gente por nada, y como estaban en paz, metió todas las medallas en un saco y recorrió el pueblo de los enemigos para regalárselas a los hijos y a las mujeres de los muertos.

En una de esas veces encontró a Alberto.

-Bueno –dijo-, más vale tarde que nunca.- Y lo mató.

Fue cuando lo arrestaron, lo procesaron por homicidio y lo ahorcaron. En el proceso él se empeñaba en repetir que lo había hecho para tranquilizar su conciencia, pero nadie lo escuchaba.