domingo, 20 de enero de 2008

Cabo Polonio

Una aglomeración caótica de taperas... que no un pueblo, si bien hay algunos valientes que viven todo el año allí. Los ranchos, decadentes, desprolijos, malolientes miran caprichosamente en cualquier dirección. El olor, en un día caluroso de verano, hace que uno agradezca a dios por el viento que al menos no lo deja estaqueado en la nariz. No me explico por qué Prefectura, que rastrilla continuamente las playas buscando algún aventurero en su 4x4 a quien multar, no se ocupa de levantar los cadáveres de lobo marino, o al menos, de darles debida sepultura. Mucho dicen preocuparse por "preservar" este reducto ecológico limitando el ingreso de vehículos particulares... pero dicha preocupación es indiferente a la cantidad y estado de los camiones que sin cesar van y vienen trayendo oleadas de turistas que llegan, cagan, mean y ensucian donde y cuanto pueden, y se van pocas horas después... dejando un cabo degradado, con sus cadáveres y su basura, su sol abrasador y sin escapatoria que no implique desembolsos importantes de dinero, su viento, su sal... y el regalo del océano rochense, que es en cada centímentro de su extensión, incomparable. Al final, hippy y todo como dicen que una es, no se puede sino desear que llegue alguna cadena hotelera internacional, plante un bello hotel y se encargue de colocar prolijos basureros y un par de baños químicos. Y se interese en presionar a la desidiosa DINARA para que disponga de los cadáveres de lobo marino, y de paso, de los de los gurises que duermen su resaca por cualquier lugar. Ayer, con 30º en Cabo Polonio, el aire apestaba a cadaveres en descomposición y a excrementos humanos. Como para patear a autoridades y vecinos, hasta que reaccionen. O como para resistir a esa magia a la que la nariz es inmune, y ya no volver.
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