lunes, 12 de abril de 2010

El Amor de Miguel y Clara. Haciéndose mientras los deshace.

.infinito en el comienzo.
.
Que tu quieres,
que yo quiera...

Que yo quiera,
que no se note que te quiero,
que te quiera.

Que tu quieres, que tu sabes,
que tu quieres que yo haga,
que yo haga que te quiero,
si te quiero.


Si te quiero o no te quiero,
que tu sabes...
que te quiera.


Impotente ante el destino,
bajo su peso, ya no río.




-y me esperas.
Miguel O.

Claro...

Que yo quiero
que me quieras...

Que quisiera
que se note que me quieres.
¡Que me quieras!

Que tu sabes que yo quiero
Que me quieras, pues te quiero
que me quieras, ¡o que mueras!

¡MIL VECES MALDITO, SEAS
SI NO ME QUIERES
COMO QUIERO QUE ME QUIERAS!

sábado, 3 de abril de 2010

¿Qué importa quién soy yo?

Debe llamarse Sr. Hosco, y sólo sonríe cuando la Sra. Elena, propietaria de la casa de enfrente, tropieza, cae y se levanta cual avezada deportista, al sacar sus bolsas de basura tras ajetreada jornada de limpieza; actividad, que dicho sea de paso, realiza con verdadera fruición. Sonríe poco –de más está decir- porque la Sra. Elena no aparece mucho por su casa de balneario, y cuando lo hace, no siempre es tan atropellada. La Sra. Elena, en realidad, es una mujer fuerte y enérgica, un tronco firme, con antiguas y amplias raíces. Esto a pesar de su metro y medio, 43 kilos, y 72 años en esta tierra. La Sra. Elena, sin haber perdido la ternura, es capaz de atravesar acero con la mirada. Ha superado enfermedades y pérdidas: la súbita muerte de su marido, hace 5 años, presa de un AVE, y la de su hijo en la cuna, hace más de media vida y con el mismo horror de ayer. Entre tantas otras, que frente a estas dos, quedan pequeñas pero suman. Irene, su otra hija, no entiende por qué su madre no vende esa casa impregnada de nostalgia y problemas. Mientras que para Elena, la tarea de ir a limpiarla tras la partida de variopintos inquilinos al fin de cada temporada, es lo único que aún la ata al mundo exterior, lo que la obliga a abandonar su apartamentito y sus 8 gatos al cuidado del buen vecino. Hilario también vive sólo, hace unos veinte años, tras abandonar a su mujer y sus cinco hijos a su suerte. Es que Hilario nunca encontró su lugar en esa familia; aquel respeto que en su casa, él y sus hermanos, le rendían a su padre. Ni dejándose la barba, ni con el hablar pausado y profundo, ni con los gritos, ni con los golpes, lo consiguió. Por lo que una noche, en un rapto de furia ciega, destrozó toda la casa, golpeó salvajemente a su mujer, mató a su hijo mayor, y huyó. Nada de esto lo sabe la Sra. Elena, pobrecita ella, tan sola y con esa hija que no se ocupa de su madre. La Sra. Elena lo necesita, y menos mal, porque la vida de Hilario se desarrolla entre el aparato de tv y las visitas a lo de Doña Elena, que lo invita con té y tortas fritas cada vez que llueve. Hoy tampoco va a llover, lo que es una suerte, porque la vecina no está, y él debe recordar ir a alimentar a los gatos, regarle el poto y el helecho, y cambiar la bombita del baño. Hilario se hace una paja en el baño de la Sra Elena y llama a Margot, la mujer que lo ama, a pesar de la distancia, los golpes y la muerte. Margot es su súbdita, y fue la distancia y la violencia lo que lo entronó. Piensa así, sentado en el trono de la Sra. Elena, que en ese mismo instante, pero en un lugar remoto, al levantarse y sacudirse el pedregullo incrustado en los codos desnudos, alcanza a atisbar con el rabillo del ojo la sonrisa del Sr. Hosco, y aprovecha para saludarlo. Hosco se ruboriza, se da media vuelta, y retorna a su cotidiana tiniebla, frente a la tv.