martes, 9 de febrero de 2010

Carta

Hola mi amor:

Hoy desperté angustiada.  A pesar de lo cual me levanté y retomé mi rutina diaria.   No recuerdo que soñé, y si acaso ese sueño me distrajo un rato del ensueño al que cada día despierto.  Cada mañana ni bien verifico tu ausencia, me dedico a soñarte.  Pasa el día, y no recibo noticias tuyas. La vida me pesa, me molesta, no entiendo para qué sigo acá, por qué no puedo nacer de vuelta en algún mundo donde el amor sea cotidiano y tangible.  Lo nuestro ha sido siempre un bello sueño.  Vuelvo a esa tarde perfecta, y en el corazón mismo del paraíso reconozco el vacío.  Allí estábamos los dos, juntos y solos, y los silencios, las tensiones,  el aburrimiento y el deseo de partir.  Allí vuelvo sin embargo.  Cuando estuvimos juntos, aquella tarde única de primavera, entre el arte y la belleza, entre caricias y siestas.
Ahora todo es dolor, y aquella mujer que fué feliz  contigo debe morir.  Ya no la alimentes.  Debe morir.
Una mujer vieja y vencida está por ocupar su lugar.  Es preciso, darle espacio.  Porque la vejez y la derrota son imprescindibles, y sólo a los más fuertes les es dado el privilegio de portarlas por el mundo, para que otros puedan darse cuenta de lo afortunados y felices que son.  Estoy condenada a seguir acá por ahora. Hasta que algún poder superior se de cuenta que ni soy fuerte, ni valgo la pena, así como estoy:  llena de lágrimas que atenazan mi garganta y oxidan mi osamenta.  Cargada de dolor sobre los hombros, paralizada.  Rodeada de fantasmas,  yo aquí sin alma. Con un cuerpo que fuertemente acorazado, resiste sin derecho y sin consciencia.
A ti no te importa.  Tu no me recuerdas.  Hace mucho que estoy muerta.  Tanto que recién había empezado a vivir entonces. Y ahora soy vieja.  Y estoy cansada. Y muy, muy triste.



Mucho tiempo quise saber por qué no me quisiste.  Qué me faltaba, por si lo pudiera conseguir. Qué te faltaba a vos, por si podía dártelo.  Cada pregunta tuvo silencio y dolor por respuesta.


  Solo deseo ver tu rostro y tomar tu mano en el instante de partir.
Sin más,
aquella.