lunes, 7 de julio de 2008

Tres Jardines



Cuando Marisa vió caer la última hoja del liquidambar, quedó presa de la misma ráfaga que arrancó a aquella, y decidió seguir su rumbo. Rió mientras la hoja bailoteaba en la ráfaga y bailó con ella. Se fue alejando calle abajo junto con la marchita vagabunda, hasta que esta se detuvo frente al portón de una casa, probablemente intimidada por los dos labradores blancos que la guardaban. Ahí se parararon Marisa y la hoja, la una esperando la iniciativa de la otra, y mientras Marisa se ubicaba en el silencio perfecto de la hoja, se aproximó la dueña de la casa, manguera en mano, a averiguar que deseaba la vecina. Nunca se habían encontrado antes las dos vecinas, y al reparar la de la manguera en el foco atencional de Marisa, sonrió y comentó que a ella también le había sucedido un otoño hace varios ya. Y sin mediar palabra, se internó en su casa y salió con dos tazas de té y un libro. Encontró a Marisa en el mismo lugar, sólo que sentada.
-Parece que la hoja se agotó. Habrá
que esperar. Tomémonos un té. Marisa la miró y sonrió, pero ya no podía articular palabra. Bebió su te.
-Ro
sario es mi nombre, y vivo aquí hace cuatro años. Estoy leyendo este libro. Escucha lo que dice aquí: "Sospecho que hoy me convierto en alma, y el alma en canción enamorada"
Cobró la hoja entonces vida, y con ella Marisa siguió por veredas y jardines sin reparar en convenciones relativas a derechos de paso, ni en mantener
sus pasos derechos siquiera. Fue adentrándose, sin notarlo, en un espacio privado de cesped cuidado, pisando hojas de otoñada y montoncillos de ellas que alguien había juntado, pateándolas por jugar y darle amigas a la suya, única, inconfundible. Iba así absorta cuando se topó con unas altas y lánguidas llamas. Junto a ellas, rastrillo en mano, estaba Pedro, contemplando su fogata otoñal. Miró profundamente a Marisa y enseguida comprendió su juego, y lo que estaba por suceder. Marisa y Pedro se conocían bien, sólo de verse ir y venir por las calles en sus respectivos quehaceres cotidianos. Marisa también vislumbró lo que estaba por suceder y supo que no era hora de oficiar de santa ni de salvadora. La hoja quedó atrapada en un remolino de aire caliente, subió y subió en frenética danza espiralada, hasta alcanzar el cénit de la llama, que relamida de apenas un salto la alcanzó y le dió su beso, pasión que funde y disemina en el aire sus frutos. Marisa y Pedro permanecieron cabizbajos mirando la fogata. Marisa, sin mirar a Pedro pero sintiendo su calor, susurró "Sospecho que hoy me convierto en alma..." Pedro estrechó su cintura y sembró su beso al calor de los cabellos de ella, en el surco que comienza en la base del lóbulo, y termina en los profundos pliegues del paraíso. Estremecida Marisa se dejó llevar por el camino del beso convirtiéndose en canción enamorada.

"Fue el día en que ocurrió la verdad hechizada: la melodía y el alma enamoradas
El alma con canción iluminó su hogar, y la canción con alma echó a volar.
Desde entonces las dos vivieron más despacio, a pesar de su tiempo y de su espacio.

Sospecho que hoy empiezo a ser canción, y tengo la impresión de que seré tu sol si logro ser tu canto."

"Si seco un llanto", Silvio Rodriguez, álbum Dominguez.