sábado, 3 de abril de 2010

¿Qué importa quién soy yo?

Debe llamarse Sr. Hosco, y sólo sonríe cuando la Sra. Elena, propietaria de la casa de enfrente, tropieza, cae y se levanta cual avezada deportista, al sacar sus bolsas de basura tras ajetreada jornada de limpieza; actividad, que dicho sea de paso, realiza con verdadera fruición. Sonríe poco –de más está decir- porque la Sra. Elena no aparece mucho por su casa de balneario, y cuando lo hace, no siempre es tan atropellada. La Sra. Elena, en realidad, es una mujer fuerte y enérgica, un tronco firme, con antiguas y amplias raíces. Esto a pesar de su metro y medio, 43 kilos, y 72 años en esta tierra. La Sra. Elena, sin haber perdido la ternura, es capaz de atravesar acero con la mirada. Ha superado enfermedades y pérdidas: la súbita muerte de su marido, hace 5 años, presa de un AVE, y la de su hijo en la cuna, hace más de media vida y con el mismo horror de ayer. Entre tantas otras, que frente a estas dos, quedan pequeñas pero suman. Irene, su otra hija, no entiende por qué su madre no vende esa casa impregnada de nostalgia y problemas. Mientras que para Elena, la tarea de ir a limpiarla tras la partida de variopintos inquilinos al fin de cada temporada, es lo único que aún la ata al mundo exterior, lo que la obliga a abandonar su apartamentito y sus 8 gatos al cuidado del buen vecino. Hilario también vive sólo, hace unos veinte años, tras abandonar a su mujer y sus cinco hijos a su suerte. Es que Hilario nunca encontró su lugar en esa familia; aquel respeto que en su casa, él y sus hermanos, le rendían a su padre. Ni dejándose la barba, ni con el hablar pausado y profundo, ni con los gritos, ni con los golpes, lo consiguió. Por lo que una noche, en un rapto de furia ciega, destrozó toda la casa, golpeó salvajemente a su mujer, mató a su hijo mayor, y huyó. Nada de esto lo sabe la Sra. Elena, pobrecita ella, tan sola y con esa hija que no se ocupa de su madre. La Sra. Elena lo necesita, y menos mal, porque la vida de Hilario se desarrolla entre el aparato de tv y las visitas a lo de Doña Elena, que lo invita con té y tortas fritas cada vez que llueve. Hoy tampoco va a llover, lo que es una suerte, porque la vecina no está, y él debe recordar ir a alimentar a los gatos, regarle el poto y el helecho, y cambiar la bombita del baño. Hilario se hace una paja en el baño de la Sra Elena y llama a Margot, la mujer que lo ama, a pesar de la distancia, los golpes y la muerte. Margot es su súbdita, y fue la distancia y la violencia lo que lo entronó. Piensa así, sentado en el trono de la Sra. Elena, que en ese mismo instante, pero en un lugar remoto, al levantarse y sacudirse el pedregullo incrustado en los codos desnudos, alcanza a atisbar con el rabillo del ojo la sonrisa del Sr. Hosco, y aprovecha para saludarlo. Hosco se ruboriza, se da media vuelta, y retorna a su cotidiana tiniebla, frente a la tv.