
Que sabré yo de proporciones, diría un amigo, si mis cuadros consisten en dos sujetotes que se achican cuando encuentran el borde. Es cierto que este cuadro, gracias a la regla y la calculadora hice en dos días, y sin esos artefactos me hubiera llevado meses, y hubiera quedado seguramente inconcluso. El Cálculo ahorra tiempo, diría el Ingeniero en Jefe, y yo callo, acato y hago fuerza para que se me implante. Nunca había usado el tiempo como moneda, hasta que calculé las horas que mi hermano pasó durmiendo el domingo, y me daba cuenta que el sueño era una trinchera muy profunda, que mi hermano menor tenía miedo, y que el miedo de mi hermanito crea distancias que se miden en años de frío silencio. Lo dejé dormir, porque es inutil intentar despertar a un niño. Que el amor irradie desde mi centro, desde ese punto bajo el esternón inaccesible al dolor, a la rabia, al miedo, a todo temblor, a toda reserva. Desde el centro, el contacto. Un poco más abajo, allá donde el 100 se encuentra con su 61,8 áureo, en el ombligo que todo esquizofrénico contempla fascinado, descubrimos que el conocimiento de la ley aporta automáticamente, armonía. Sin esfuerzo, sin dolor, y por supuesto, como todo automatismo, sin amor tampoco. En conocimiento de la noción de proporción implícita en todo lo que nos agrada. Aún el horror, así retratado, resulta bello. Así pinté este cuadro áureo, el primero de la serie de Tu Hermana, Velando Tu Sueño.